Un célebre astrónomo le dijo a Einstein: “Para un astrónomo, el hombre no es más que un punto insignificante en un universo infinito”.
“Muchas veces he pensado eso mismo –replicó Einstein-. Pero también me doy cuenta de que ese punto insignificante, que es el hombre, es también el astrónomo”.
Hedwig Lewis, S.J., En Casa con Dios, 216
El ser humano: pensador, creador y sobre todo, humano
Esta anécdota llama mi atención de manera especial pues me hace reflexionar sobre el papel tan trascendental que tiene el ser humano en el mundo, en el universo. Es probable que aquí el maestro Einstein haya querido enfatizar que, si bien es cierto que el universo es realmente impactante con su magnificencia, es el “ser humano” el que se ha lanzado al estudio de este universo, descubriendo y compartiendo con el resto de los de su especie la información que ha encontrado. Pero no voy a dedicar mis letras en esta oportunidad a describir los fenómenos astronómicos descubiertos; me voy a permitir ir un poco más allá de lo que el ser humano ha logrado estudiar.
Primero, identificamos la capacidad de pensar, que es un acto espontáneo que estamos realizando durante todo el día como respuesta a diferentes estímulos. Ramón Luis Limón, en Historia y Evolución del pensamiento científico, afirma que “el acto de pensar abarca actividades mentales ordenadas y desordenadas, y describe las cogniciones (pensamientos) que tienen lugar durante el juicio, la elección, la resolución de problemas, la originalidad, la creatividad, la fantasía y los sueños”. En los mismos pensamientos, se desarrolla el proceso creativo, donde inventamos, donde surgen nuevas ideas, donde se generan las cogniciones que nos van a permitir trabajar, entendiendo el trabajo como aquella actividad donde el hombre drena toda su capacidad creativa. Y, atención, no hablo solo de aquellos trabajos relacionados con el arte (pintores, escritores, músicos, etc…), sino de cualquier tipo de trabajo. Se afirma que, nuestra capacidad de pensar, es lo que nos diferencia de los animales. Me voy a atrever a decir que nuestra diferencia va más allá, porque la raza humana ha desarrollado la capacidad en sí de ser humano, que si bien es cierto tiene una carga cognoscitiva importante, también así una carga emocional.
Finalicemos esta reflexión con el hecho de ser “humano” en sí. Lo quisiera relacionar con nuestra capacidad de sentir, de vibrar con lo que nos sucede, de que podamos sentir amor, tristeza, alegría, ira, miedo; que podamos ser amigos y confidentes, que podamos relacionarnos estrechamente entre nosotros, que podamos conmovernos y compadecernos de otros, que seamos sensibles ante lo que acontece en nuestro entorno. Creo que muchos coincidirán conmigo en que, ante el fortalecimiento y la proliferación de la indiferencia y la insensibilidad entre los de nuestra especie, es necesario y urgente que retomemos la “humanidad” como una condición única y genuina que nos caracteriza como raza.