Lo primero, saben que la felicidad no es un destino, sino una forma de andar. Luego, se permiten ser congruentes consigo mismos, alineando lo que es realmente importante con sus acciones o con las realidades en las que viven. También y no menos importante, se muestran vulnerables ante el mundo, asumen las consecuencias de tomar en cuenta sus emociones y su propia condición humana, asumir responsabilidades de lo que hacen y estar en constante aprendizaje. Viven a plenitud los momentos y el presente es su lugar favorito en el tiempo. No escatiman para dar porque así reciben más. Por lo general son personas alegres. Se quieren, quieren a los demás y se dejan querer. Las personas felices saben que no siempre se puede estar en estado de felicidad plena y aprovechan al máximo cualquier atisbo de luz que provenga de esas fuentes que manan cosas, situaciones, encuentros gratificantes.
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