Si ninguna duda, la resiliencia es un aspecto fundamental de la sensación de vivir una vida feliz. Me gustaría acotar que en primer lugar hay que reforzar la certeza de que «la felicidad no es un destino al que llegar sino un camino que transitar»; la felicidad no es lo que nos espera al final del camino, sino la posibilidad de experimentar de forma cotidiana y constante sensaciones felices. No es utópico en lo absoluto, es completamente posible y real, pues si nos permitimos ampliar nuestro espectro de visión de lo que nos sucede, de lo que somos y de lo que tenemos (sin referirme necesariamente a cosas materiales) podremos caer en cuenta que tenemos mucho que agradecer, mucho que seguir ofreciendo al mundo (a nuestros entornos), mucho que seguir recibiendo y más cosas que seguir aprendiendo. Y gracias a esto último aparece lo segundo que quisiera destacar, y es que ser resiliente se alimenta directamente de las ganas de aprender de todo lo que nos sucede, sobretodo de aquello que más demanda de nosotros en cuanto a actitud y forma de pensar porque nos permite seguir evolucionando y creciendo, y la felicidad también se alimenta de eso, del cambio, del crecimiento, de la sensación de evolución.
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