Cuando aceptamos que es suficiente (y bastante) con lo que somos, “ser perfectos” deja de ser una meta y empezamos a buscar «ser lo mejor que podemos ser”
A veces viene bien ser un poco rebelde porque cuando nos rebelamos ante algo que nos está limitando, que no nos deja ser realmente libres, que nos presiona y nos hace sentir que llevamos una mochila de 100 kilos en la espalda, bien vale la pena serlo. Así, como acabo de describirlo, he sentido yo eso que llaman “ser perfecto” y así creo que lo han sentido muchas personas que conozco y, si me baso en lo que oigo, veo y leo en los medios de comunicación (donde ya se incluyen, claro está, las redes sociales cibernéticas), muchas personas que no conozco también lo han sentido así.
Era yo una de aquellas que aseguran que la perfeccción no existe, pero mientras más lo busquemos, más cerca estaremos de ella. Desde esa época ha llovido mucho en mi vida, también ha salido repetidas veces un sol magnífico, y viéndolo con perspectiva, era una frase que adopté por mi empeño de buscar ser cada vez mejor persona. No lamento ni me avergüenzo de haber aseverado algo así, porque en su momento lo consideraba una manera lógica de orientar hacia algo mejor, mis actos y los de las personas en las que podía impactar de alguna manera. Pero por cosas de la vida, por situaciones que he vivido, por personas que he conocido (ejemplares y modélicas por su humanidad), por libros que me han tocado el alma, debo decir que ya no quiero buscar lo perfecto; me rebelo con convicción y con conocimiento de causa ante el perfeccionismo.
Y es que el perfeccionismo más que una característica es, en mi opinión, un cliché, un estereotipo que se nos ha inculcado y que si dejamos que buscarle perennemente campe a sus anchas en nuestro ser, nosotros mismos nos estaremos poniendo una soga al cuello, metafóricamente hablando. Pero, ¿qué es ser perfecto? ¿quién es realmente perfecto? Para los que tenemos una creencia religiosa, diremos que es Dios; para los que no la tienen, podrán decir que lo perfecto es la naturaleza, el universo, qué se yo; pero en ambos casos, no le hayamos cabida en el género humano (si fuéramos perfectos, no nos enfermaríamos, por ejemplo). A donde quiero llegar es que para los mortales de a pie, los que nos levantamos todos los días para luchar por una vida más digna, para cumplir nuestros sueños, para aportar algo en este mundo tan loco y tan nuestro, el perfeccionismo no nos identifica ni nos hace falta, más bien nos coarta y nos ahoga, es tan insano como inhumano; porque, aunque seamos la “especie que piensa” (Homo sapiens sapiens), la especie que domina en el planeta tierra, somos divinamente imperfectos. Nos equivocamos pero buscamos una nueva oportunidad; nos caemos y somos capaces de levantarnos y continuar; sentimos miedo y podemos enfrentarlo con una valentía genuina y avasallante; somos imperfectos y podemos llegar a ser realmente excelentes. Somos lo que somos y eso es suficiente (y bastante) para que podamos amar, contribuir, soñar, evolucionar, construir, vivir plenamente.
No es posible que convivan el perfeccionismo y el suficientismo (y que me perdone una vez más la RAE, pero, desde mi humilde opinión, deberían considerar incluir la palabra “suficientismo” en el diccionario), porque la búsqueda del primero es una imposición (es externo) que fustiga, agobia, presiona; mientras que la consciencia del segundo es una opción (viene de dentro de la persona) que comprende, da libertad, suelta. Cuando queremos ser perfectos, no buscamos ser lo mejor que podemos ser, buscamos ser lo que el entorno considera que es lo mejor que seamos y nunca va a ser suficiente porque siempre se puede ser más perfecto. No es que el suficientismo propicie el pasotismo y la mediocridad. El meollo no está en usarlo como lugar de apoltronamiento sino como trampolín porque cuando nos aceptamos y consideramos que es suficiente con lo que somos (individuo con capacidades, talentos, limitaciones, valores, creencias), empezamos a evolucionar realmente, aceptamos que los errores pueden formar parte del camino y que son fuente de grandes aprendizajes. Creer que es suficiente con lo que somos es lo que hace que podamos mostrar nuestra mejor versión, es lo que hace que busquemos la excelencia, la eficiencia, el buen hacer y el buen ser. ¡Rebélate contra el perfeccionismo. Apoya y vive el suficientismo!