La vocación: fuente de donde mana lo que decido hacer en mi vida
Hoy me he despertado pensando en el día de mi boda. Hace más de 5 años que dije “Sí, quiero” delante de unas ciento cincuenta personas; “Sí, quiero” vivir con la persona que había elegido para ser mi amigo, mi consejero, el futuro padre de mis hijos, mi príncipe azul 😉 en fin, mi compañero de vida. No tengo intensiones de hablarles hoy de mi vida matrimonial; mi intención es usar la analogía para aplicarla al “Sí, quiero” que podemos decidir darle, o no, a nuestra vocación. Pero, ¿qué es eso de vocación?
Hace unos días escuché una historia que me gustó mucho, cuya moraleja decía que las competencias son las que te hacen apto para algo, aquellas para las que te has preparado para adquirir; el talento es aquello que te sale solo, viene contigo, lo que se te da bien naturalmente; y por último, la vocación es aquello que cuando lo haces te sientes pleno, fluyes, eres tú mismo, eres feliz.
Durante nuestra vida vamos aprendiendo a hacer cosas, incluso podemos llegar a dominar algunas de éstas, como oficios, disciplinas, la ejecución de un instrumento musical, un deporte, etc. Aprendiendo te vuelves apto, obtienes competencias. Este aprendizaje, si viene acompañado de talento, considerando la definición antes dada de éste último, pues muy probablemente veremos que el proceso es más sencillo, se nos facilita el hacer las tareas, las hacemos de forma natural, tenemos talento para eso. Es importante resaltar que no necesariamente el talento tiene que ser natural. Desde mi perspectiva y por ser una fiel creyente del gran potencial de las personas, hay competencias que se pueden convertir en talentos y por lo tanto, así como hay talento natural, hay talento desarrollado o aprendido. Es totalmente posible que, en actividades que percibimos como complejas y que no son naturales en nosotros, logremos grados importantes de dominio e identificación con ellas y lleguemos a ser talentosos en su ejecución. Si a esta mezcla tan interesante de competencias (lo que aprendemos a hacer) y talento (lo que se nos da bien por naturaleza o hemos llegado a dominar), le sumamos la vocación (donde fluimos, donde somos felices) el resultado será simplemente “espectacular”.
Luego de esta reflexión, la afirmación que salta en mi cabeza es la siguiente: de estos tres aspectos, competencias, talento y vocación, aún estando de último en orden de aparición, el más importante y al que le tenemos que dar el “Sí, quiero” es a la vocación; aceptándola, asumiéndola y embarcándonos en proyectos relacionados a vivirla, las personas llegamos a experimentar estados reales de fluidez, de autonomía, de entrega, de éxtasis creativo, de felicidad. Es la vocación la fuente de donde mana lo que decido hacer en mi vida: si algo me apasiona, me encanta, me da felicidad, le doy mi “Sí, quiero”, me embarco con ese algo, lo acepto. Diciéndole sí a mi vocación, me avoco a desarrollar competencias a su servicio y a que mis talentos se alineen para que pueda asumirla como parte fundamental de lo que soy y hago.
La inexistencia de competencias se puede solventar con aprendizaje; si el talento no es natural, es posible obtener un talento aprendido en el dominio de competencias; pero sin vocación, sin pasión, si no fluimos en lo que somos y hacemos, es difícil ser realmente plenos en nuestra cotidianidad, vivir plenamente nuestra vida.
Yo ya le he dicho “Sí, quiero” a mi vocación, no me pude resistir más 😉 ¿y tú? ¿ya le diste tu “Sí, quiero” a eso que te apasiona? No lo dilates más 🙂