Cuando el trabajo bien hecho no es reconocido, la mediocridad se apoltrona
Llevo unos cuantos años escuchando a profesionales, a muy buenos profesionales, decir que no están a gusto con sus empresas, con sus planes de carrera, con sus jefes. Si bien es cierto que el ser humano se puede caracterizar por gran cantidad de actitudes de inconformismo y que muchas veces es presa del pesimismo y de la incapacidad de ver las cosas desde diferentes perspectivas, también es cierto que en muchas empresas la gestión del talento se ve gravemente afectada por la falta de justicia. Y es que “tratar a todos por igual” es de las injusticias más grandes que se pueden ver, vivir e incluir como parte de la cultura en las organizaciones de hoy por hoy.
Hoy dedico mis letras a este asunto que, a mi parecer, es de los más delicados y de los más difíciles de afrontar en las organizaciones. Se nos inculca desde pequeños ideas de igualdad, que son inmensamente necesarias para que sepamos que en una sociedad todas las personas merecen respeto y condiciones dignas para vivir. Una cosa es que haya igualdad de oportunidades y otra cosa muy diferente es que todos podamos recibir lo mismo (por aquello de saber aprovechar las oportunidades) y aquí entran conceptos como el mérito, el esfuerzo, la constancia, la excelencia, la creatividad, la honestidad. No podemos tratar igual a dos empleados que se diferencian notablemente en su forma de trabajar, de responder a las demandas de su puesto, de desarrollar sus funciones. Es, para mí, increíblemente injusto que un empleado que no sea responsable y que sea mediocre en sus tareas, sea tratado de igual manera que uno que es notablemente responsable y que se esfuerza por cumplir sus funciones de la mejor manera. He visto y sigo viendo casos de personas increíblemente brillantes, con valores sólidos, con habilidades blandas muy desarrolladas y altos conocimientos técnicos, con grados importantes de decepción, desmotivación y subvaloración.
Lamentablemente, hay muchas organizaciones que aplican la medida “café para todos” y bien sería la aplicación de esto si lo consideramos como igualdad de oportunidades de desarrollo y crecimiento, de que se respeta a todos los trabajadores por igual y se les ofrece a todos un lugar digno donde desarrollarse como profesionales. Pero si lo aplicamos como “café para todos, seas un excelente trabajador o seas mediocre”, esto aplicado a aquellas actividades donde se puede/debe diferenciar perfectamente quién trabaja bien o muy bien y quién no, quién debe ser formado y valorado y quién no, nos arriesgamos a que por un lado, el “trabajador mediocre” se apoltrone y se le refuerce lo que no debe ser reforzado y por otro, el “buen trabajador” perciba que su trabajo no es valorado y que no tiene sentido apostar por una empresa donde hagas bien o hagas mal, recibirás más o menos lo mismo.
Las empresas y en especial los gestores de personas, deben tomar conciencia de que su rol como líderes incluye la capacidad de ser justos con sus colaboradores, poder valorar con “justicia” el trabajo, reforzar oportuna y objetivamente las tareas bien hechas y las que no están bien hechas, orientarlas hacia la efectividad, la excelencia. Que los trabajadores sepan que trabajar bien tiene recompensas (y no hablo solo de dinero) y que lo contrario, también tiene un precio. Esto es una de las claves esenciales para ser buenos gestores de personas, del talento: ser justos con nuestros colaboradores, con el talento.