Creer que sabemos con exactitud lo que piensan o sienten los demás, puede traernos
consecuencias indeseables y perjudiciales para nuestro bienestar.
¿Alguna vez has creído saber lo que piensan otras personas y no haber acertado con tu suposición en lo más mínimo? Si tu respuesta es “sí”, bienvenido a la inmensa mayoría.
Me atrevería a asegurar que si no todas las personas, sí casi todas, hemos creído saber lo que está pensando otra persona, tanto en situaciones triviales como en aquellas más complejas. Un situación trivial puede ser cuando estamos en un paso de cebra donde no está claro si podemos pasar o no, bien por la velocidad que trae un coche que viene por la vía o porque no nos corresponda pasar; decidimos pasar porque hemos pensado que el conductor va a frenarse pero resulta que éste último frena de golpe, nos pita y hasta nos dice algún improperio porque su intención era continuar por su vía. Quizá aquí lo máximo que nos puede pasar es que nos asustemos y continuemos caminando pues no amerita ir más allá. Puede que parezca elemental esta situación, pero podemos ver perfectamente cómo por “suponer” lo que iba a hacer la otra persona, hubo una situación que, aunque no nos va a quitar el sueño, tuvo unas consecuencias determinadas que no controlábamos y que de una manera sutil, nos perjudicaron: nos llevamos un susto y un insulto sin nosotros esperarlo ni quererlo.
El trasfondo de esta situación la podemos extrapolar a situaciones más complejas que se suceden cuando interactuamos con otras personas con las que compartimos relaciones laborales, familiares, de pareja, de amistad… Vamos, que la podemos llevar a cualquiera de los ámbitos de nuestra vida donde nos relacionemos con otros. En este contexto, las suposiciones son pensamientos que generan juicios, en su mayoría con poca veracidad, sobre lo que piensa o siente otra persona; estos juicios, que los asumimos como verdades, guían nuestras acciones. Asumimos actitudes y generamos pensamientos que muchas veces no nos hacen sentir bien, nos incomodan y hacen mella en nuestra relación con otras personas. En incontables ocasiones, luego de haber dejado que las suposiciones (sin saber si son ciertas) nos guíen para actuar, nos arriesgamos a comprobar que esas suposiciones eran completamente falsas, que nos hemos inventado nosotros una historia que no es real y ha ocasionado rupturas, frustraciones, incomodidad, tristeza, miedos que al final, muy probablemente, no tenían razón de ser.
Por todo esto, es fundamental que integremos dentro de nuestro actuar cotidiano la capacidad de dialogar, conversar, preguntar sobre lo que tengamos dudas, dar feedback (retroalimentación) oportuno, para evitar a toda costa que nuestras acciones se basen en suposiciones falsas que no nos dejan evolucionar hacia nuestra mejor versión como personas.